Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación. 1.
Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación. 1.
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No lo parece, pero esto es un libro. He pensado que me
gustaría escribir uno, por entregas, en el periódico, en medio de los despojos
del mundo que todos los días pasan por él. Me atraía la fragilidad del asunto:
es como escribir a cielo abierto, sobre un torreón, todo el mundo mirándote y
el viento soplando, todo el mundo de paso, con un montón de cosas que hacer. y
tú ahí, sin poder corregir, volver atrás, redefinir el guión. Como salga,
saldrá. y al día siguiente envolver una lechuga, o convertirte en el sombrero
de un encalador. Eso en el caso de que todavía los hagan, me refiero a los
sombreros, con el periódico -como barquitos en la costa de sus caras.
De vez en cuando, y no sólo en el trabajo, uno busca la
indigencia. Y es probablemente una forma de recuperar cierta autenticidad.
De todas maneras, no quisiera crear falsas expectativas, por
tanto quede claro que no es una novela. Una novela por entregas es algo que no
me atrae en absoluto. Por tanto será un ensayo en el sentido literal del
término, es decir, una tentativa: de pensar: escribiendo. Hay algunas cosas que
me apetecería comprender, a propósito de lo que ocurre a mi alrededor. Por «mi
alrededor» pretendo decir la limitadísima parte del mundo en la que yo me
muevo: personas que han estudiado, personas que están estudiando, narradores,
gente del espectáculo, intelectuales, cosas de este tipo. Un mundo pequeño en
muchos aspectos, pero en definitiva es ahí donde se alimentan las ideas, y es
ahí donde yo he sido sembrado. Con el resto del mundo perdí el contacto hace
mucho tiempo, y no es algo que me guste, pero es la verdad. Cuesta un gran
esfuerzo comprender el propio terrón, así que no quedan muchas fuerzas para
comprender el resto del campo.
Aunque tal vez en cada terrón, si uno es capaz de leerlo, se
encuentre el campo entero.
Y en todo caso, como iba diciendo, hay algo ahí que me
apetecería comprender. Al principio pensaba titular el libro así: La
mutación. Lo que ocurre es que no conseguí encontrar a nadie a quien le
gustara ni siquiera un poco. Qué le vamos a hacer. Pero era un título exacto.
Quiero decir que ése era precisamente el asunto que me gustaría comprender: en
qué consiste la mutación que veo a mi alrededor.
Si tuviera que resumirlo, diría lo siguiente: todo el mundo
percibe, en el ambiente, un incomprensible apocalipsis inminente; y, por todas
partes, esta voz que corre: los bárbaros están llegando. Veo mentes refinadas
escrutar la llegada de la invasión con los ojos clavados en el horizonte de la
televisión. Profesores competentes, desde sus cátedras, miden en los silencios
de sus alumnos las ruinas que ha dejado a su paso una horda a la que, de hecho,
nadie ha logrado, sin embargo, ver. y alrededor de lo que se escribe o se
imagina aletea la mirada perdida de exégetas que, apesadumbrados, hablan de una
tierra saqueada por depredadores sin cultura y sin historia.
Los bárbaros, aquí están.
Ahora bien: en mi mundo escasea la honestidad intelectual
pero no la inteligencia. No se ha vuelto loco todo el mundo. Ven algo que
existe. Pero lo que existe yo no consigo contemplarlo con esos mismos ojos. Hay
algo que no me encaja.
Podría ser, soy consciente de ello, el normal duelo entre
generaciones, los viejos que se resisten a la invasión de los más jóvenes, el
poder constituido que defiende sus posiciones acusando de bárbaros a las
fuerzas emergentes, y todas esas cosas que siempre han ocurrido y que ya hemos
visto mil veces. Pero esta vez parece distinto. Es tan profundo este duelo, que
parece distinto. Por regla general, se lucha para controlar los puntos
estratégicos del mapa. Pero aquí, de una forma más radical, parece que los
agresores están haciendo algo mucho más profundo: están cambiando el mapa.
Tal vez ya lo han cambiado. Debió de suceder esto mismo en aquellos benditos
años en que, por ejemplo, nació la Ilustración, o en los días en que el mundo
entero se descubrió, de repente, romántico. No se trataba de movimientos de
tropas ni tampoco de hijos que asesinaran a sus padres. Eran mutantes que
sustituían un paisaje por otro, y que allí fundaban su hábitat.
Tal vez sea un momento de ésos. Yesos a los que llamamos
bárbaros son una nueva especie, que tiene branquias detrás de las orejas y que
ha decidido vivir bajo el agua. Es obvio que nosotros, desde fuera, con
nuestros pulmoncitos, tenemos la impresión de que se trata de un apocalipsis
inminente. Donde esa gente puede respirar, nosotros nos morimos~ Y cuando vemos
a nuestros hijos anhelando el agua, tenemos miedo por ellos, y ciegamente nos
lanzamos contra lo que únicamente somos capaces de ver, esto es, la sombra de
una horda bárbara que se aproxima.
Mientras tanto, los susodichos niños, bajo nuestras 13 alas,
respiran ya con dificultad, rascándose por detrás de las orejas, como si ahí
hubiera algo que necesitara ser liberado.
Es entonces cuando me entran las ganas de comprender. No sé,
tal vez tenga algo que ver esta curiosa asma que cada vez más a menudo me
asalta, y esta extraña inclinación a nadar largo rato bajo el agua, justo hasta
que no encuentro en mí unas branquias capaces de salvarme.
En fin. Me gustaría mirar esas branquias de cerca. y
estudiar a ese animal que se está alejando de la tierra, y que se está
convirtiendo en pez. Me gustaría examinar la mutación, no para explicar su
origen (esto está fuera de mi alcance), sino para conseguir, aunque sea desde
lejos, dibujarla. Como un naturalista de los de antes, que dibuja en su
cuaderno la nueva especie descubierta en un islote australiano. Hoy he abierto
el cuaderno.
¿No entendéis nada? Es natural, el libro ni siquiera ha
empezado.
Un libro es un viaje para caminantes pacientes.
A menudo los libros empiezan con un rito que me gusta mucho,
y que consiste en elegir un epígrafe. Es ese tipo de frasecita o de cita que se
pone en la primera página, justo después del título y de la posible
dedicatoria, y que sirve como viático, como bendición. Por ejemplo, éste es el
epígrafe de un
libro de Paul Auster:
«El hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas,
enlazadas unas con otras, y ésa es la causa de su desgracia » (Chateaubriand).
A menudo suenan así: digan la chorrada que digan, tú te la
crees. Apodícticas, para decirlo en la lengua de los que respiran con los
pulmones.
A mí me gustan las que trazan los límites el campo. Es
decir, que te dejan comprender más o menos en qué campo 14 va a jugar ese
libro. Al gran Melville, cuando se trató de elegir el epígrafe para Moby
Dick, se le fue un poco la mano y acabó seleccionando cuarenta citas. Ésta
es la primera.
«y Dios creó las ballenas» (Génesis).
Y ésta es la última: «Rara y vieja ballena, entre galernas /
siempre estará tu casa en el océano, / gigantesca en poder, reinando fuerte /
como rey de los mares sin fronteras» (Canto de balleneros).
Creo que era una forma de dar a entender que en ese libro
iba a estar el mundo entero, desde Dios a las ventosidades de los marineros de
Nantucket. O, por lo menos, éste era el programita de Melville.
¡Alma cándida!, que diría Vonnegut,* con sus signos de
exclamación.
De manera que, para este libro, yo habría escogido cuatro
epígrafes. Lo justo para señalar los límites del campo de juego. Éste es el
primero: procede de un hermosísimo libro que hace poco que acaba de salir en
Italia. Lo escribió Wolfgang Schivelbusch* y se titula La cultura de los
derrotados. (Es de esa clase de títulos a los que, siendo uno seguidor del
Toro,* no puede resistirse.) Esto es lo que dice en un determinado momento:
«El miedo a ser derrotados y destruidos por hordas bárbaras
es tan viejo como la historia de la civilización. Imágenes de desertización, de
jardines saqueados por nómadas y de edificios en ruinas en los que pastan los
rebaños son recurrentes en la literatura de la decadencia, desde la antigüedad
hasta nuestros días.»
Copiadlo y guardadlo.
Segundo epígrafe: el segundo epígrafe lo encontraréis en la
próxima entrega.
Qué fuerte sopla el viento aquí arriba, en este torreón.

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